Me gusta Sant Jordi. ¿Cómo no me va a gustar una fiesta que consiste en pasear, comprar libros y decirle a la gente que la quieres con rosas? Muchos alumnos venden flores, vemos títulos y compradores, ellas compiten por ver quién tiene más admiradores, surgen puestos con cachivaches ingeniosos relacionados con el día (he visto un dragón de alambre, rosas de caramelo y en forma de imán de nevera, libros comestibles, puntos de todos los tipos...) y la gente está de buen humor a pesar de las aglomeraciones.
Y además, se compran libros. Es cierto que suelen ser los mismos títulos, que muchos son de bajo nivel y que la mayoría no se leerán, pero al menos se tienen a mano, es más fácil caer en la tentación con el objeto al lado. Tal vez alguien se enganche y dure un par de libros, o más. Y como mínimo el discurso recuerda las bondades de leer, sanea las editoriales, coloca la lectura en el centro. Regalar libros me parece precioso: estás invitando al otro a disfrutar, a aprender, y al mismo tiempo le dices cómo crees que es, pues hay tantos libros como lectores. El libro dice también cosas de quién lo regala (el típico best-seller que todos comprarán, una rareza, un clásico, un libro que a quien lo compra le cautivó, un autor revindicativo, una temática común....)
Hace tiempo que se reclama que debería ser una jornada festiva, en vez de tanto puente absurdo. Pero al menos, hoy estoy optimista, eso nos permite hacer algo especial en clase, aunque sea una vez al año.
1 comentario:
"Ha merecido la pena".
Publicar un comentario