Uno de los aspectos más subjetivos en la evaluación (ya de por sí subjetiva) se halla en la nota de actitud. Unos profesores piden libretas impecables, con determinados requisitos de formato y un silencio sepulcral en clase excepto cuando se levanta la mano. Otros piden trabajos voluntarios y llevan un complejo sistema de positivos y negativos. Hay quien pide por sorpresa algunos deberes y quien realiza determinadas actividades para ganar décimas. Alguno valora sobre todo el respeto y alguno la capacidad de cuestionarse las cosas. En determinados colegios se contemplan aspectos como no llevar chicle o móvil e incluso el vestir y en otros que colaboren todos los miembros del equipo en una tarea concreta. Lo peor para algunos es romper el ritmo de la clase y para otros la pasividad.
La actitud tiene un porcentaje oficial pero además se cuenta de otras maneras: en determinados departamentos la nota de "trabajo de clase" tiene mucho peso y complementa a los exámenes, en muchos casos la diferencia entre dos calificaciones depende de la actitud aunque no se diga ("no llega pero le apruebo porque se lo trabaja" o "le suspendo porque no hace nada", con ese poder sancionador y personalismo que no debería existir) y la relación personal con el alumno y su entorno condiciona los comentarios en la junta (atenuantes por situación familiar, agravantes por un conflicto).
Siempre he creído que la actitud debe contarse en la nota porque evaluamos procesos y no solo resultados pero hay que vigilar para que la subjetividad, inevitable, no se convierta en pura arbitrariedad. Para ello es necesario consensuar criterios con los compañeros y detallar muy bien los elementos de evaluación desde el primer día de curso, de modo que los alumnos sepan perfectamente qué se les pide y puedan reclamar cuando la nota no se ajuste a lo acordado.
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