Estos días de trabajo sin alumnos sirven teóricamente para cerrar el curso actual y preparar el siguiente. Digo teóricamente porque es imposible hacer ambas cosas. Para preparar el curso siguiente tendría que modificarse el calendario escolar (mal planteado en su conjunto) y no tener solamente los días de septiembre sino más. ¿Por qué?
1) En septiembre hay exámenes, que lleva tiempo preparar, vigilar, corregir, calificar y entregar sus notas, con las correspondientes sesiones de evaluación. Hay que sumar la corrección de los trabajos de verano
2) Los profesores no están todos al principio de septiembre, no tiene sentido preparar según qué proyectos en junio sin saber qué plantilla tendrás
3) Se mezcla el caos de los horarios (lo que lleva más tiempo) con las reuniones formales de documentación y la propia preparación
4) A pesar de no tocar, aún hay matrículas de despistados que pueden alterar algún grupo
5) Las circunstancias de algunos profesores han cambiado en los meses de verano y hay que retocar supuestos (enfermedades, embarazos, gente que emigra por el trabajo de la pareja....)
6) Vienen los profesores nuevos interinos que hay que hacer aterrizar en la realidad del centro y que lógicamente no pueden participar en los debates de enfoque
Por tanto habría que separar los periodos de final de curso, de cierre y documentación, de los de preparación del siguiente, con tiempo suficiente para el debate en el claustro y para los nuevos proyectos y no solo para encajar los nuevos agentes (docentes y alumnos) en un horario y en una organización.
Por supuesto dejo al margen de esta reflexión el tema de la formación, que ya he comentado en otras entradas, y que habría que pensar bien cuándo es mejor ofertarla
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