Hay alumnos que ocupan nuestros pensamientos mucho más allá del trabajo, y otros que pasan por más transparentes. Normalmente por desgracia en las aulas masificadas solo consiguen llamar nuestra atención aquellos que causan escándalo, ya que si no, nadie se acerca a los que van bien o no hablan mucho más allá de un ¿Todo bien? de rigor.
Los profesores, y especialmente tutores, deben conocer en profundidad a sus alumnos porque difícilmente puedes ayudar a quien no sabes quién es. La conducta en clase y las notas son simplemente indicadores pero no reflejan la personalidad de lo alumnos (afortunadamente). Sin embargo muchas veces en las reuniones de evaluación o charlas entre colegas, esos síntomas, unidos a ciertos datos familiares, son los que retaratan al alumno: "el que no sigue", "no para quieto", "no pega palo al agua", "los padres pasan" y similares.
Rara vez se les describe en términos de personas: "el que ayuda siempre a los demás", "el que lee X", "el que tiene buenos amigos", "el que es tan racional". No siempre sabemos decir a qué dedican el tiempo libre, qué ocurre fuera del aula, cuál es el cuadro de sus relaciones. ¿Cómo entonces vamos a intervenir? Nuestra ayuda será demasiado parcial. No debemos ocupar el lugar de otros referentes o profesionales pero sí tener una visión de conjunto de mínimos: horarios fuera del colegio, situación afectiva, potencialidades e intereses, necesidades que muestra. Ese esquema debe complementar necesariamente las calificaciones, grado de disrupción o deberes y demás indicadores que solemos usar para juzgarles.
Además las notas pueden cambiar, la conducta también, deben hacerlo si no son buenas, y ahí está parte de nuestra labor. En cambio otros calificativos son más duraderos y por tanto más auténticos para describir a los alumnos.
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